viernes, 6 de febrero de 2015

Inicios en la doma de un potro

"El caballo no ha de ser un esclavo que lleva a su amo, sino un bailarín que evoluciona y se desliza con él". El mismo Hans – Heinrich Isenbart, aseguraba que el secreto de la doma del caballo estriba en la perfecta conjunción entre jinete y animal, un aprendizaje diario que transmite la belleza y la pura magia de unos movimientos por los que el caballo parece flotar y nos da la impresión de no haber conocido nada más bello y armonioso. Pero como todas las grandes artes entrañan complicaciones y una evolución lenta pero firme y segura, la doma con mayúsculas empieza con un pequeño paso...

“La doma no excluye la libertad. La crea. Un hombre a caballo, un lazo doble, dos corazones, un sólo pensamiento...” (Hans – Heinrich Isenbart).


Todo buen jinete que dome un caballo, tiene que lograr que éste comprenda y asimile el trabajo realizado por ambos cada día. Nunca mediante la fuerza, porque ésta dará como resultado una doma forzada en la que el caballo tendrá una obediencia nerviosa, temerosa e insegura, a la espera siempre del castigo. 
Este tipo de enseñanza provocará una doma carente de armonía, complicidad y en definitiva de “arte”.
 Caballo y jinete deberán llegar a formar un solo cuerpo y la voz del jinete ha de ser capaz de transmitir todos sus pensamientos de forma directa al caballo y conocer, captar y manejar las inquietudes y sensaciones del mismo. Este tipo de conjunción es la que da como resultado la perfección.







DESBRAVADO. Debemos darle al potro la posibilidad de adaptarse a su nuevo entorno, olores, sonidos... Tras este período de adaptación al medio en el que se encuentra, podemos empezar con las presentaciones. 








Nosotros al ser algo nuevo y extraño para el caballo debemos ir, poco a poco, acostumbrándolo a nuestro voz y nuestro trato. La voz será, a lo largo del proceso de la doma, una ayuda muy importante. depende del tono utilizado sera una orden o una recompensa.









Para ir acostumbrándolo a nuestro trato empezaremos por acariciarlo, sin hacer movimientos bruscos, y lo cepillaremos. Con esto conseguimos confianza con el caballo ya que nos relaciona con algo bueno y placentero
Siempre hay que acercarnos por un lado cercano al cuello, nunca de frente para que no nos vea como una amenaza y tampoco nos acercaremos por la grupa ya que puede darnos una patada.









Una vez logrado este paso, lo siguiente será ponerle el “cabezón”, lo haremos muy despacio, hablándole, con el fin de tranquilizarle y, sobre todo, tendremos mucho cuidado de no tocar sus orejas (algunos caballos no lo toleran). El cabezón quedará puesto con un ramal largo con el fin de que al pisarlo dentro del box, él sólo vaya desensibilizándose la cara, con el fin de posteriormente aprenda mejor a reatar.




El segundo paso, “ramalearlo”. Para llevar a cabo este proceso necesitaremos de otra persona. Ésta se colocará a la altura de la grupa y en el lado izquierdo con una fusta, con el fin de arrearlo siempre que se niegue a andar o se desvíe hacia los lados. En este mismo lado pero a la altura de la cara se colocará el “ramalero”. Puede suceder que el caballo se “eleve” o “retoce”, de cualquier manera no se usará el castigo, ya que lo más probable es que lo haga por desconocimiento de aquello que se espera de él.






Una vez que el caballo a aprendido a avanzar hacia adelante al notar presión en el ramal procedemos al tercer paso, que será atarlo a una anilla. Haremos un nudo fácil de soltar con el fin de que, si el caballo tirase demasiado, le podamos soltar sin que sufra daño o llegue a resabiarse. 















TRABAJO A LA CUERDA. Nuestro potro ya ramalea perfectamente y debe seguir avanzando en su doma. El trabajo en la cuerda es fundamental para una correcta doma. Fruto de un mal trabajo en la cuerda pueden aparecer defectos de doma y hasta físicos en el caballo. Debemos afrontar este trabajo con paciencia y sin precipitarnos. Lo más adecuado a la cuerda será que el caballo trabaje sin alterarse, tranquilo con el cuello hacia abajo y hacia delante para que el dorso del caballo se muscule, favoreciendo el remetimiento de los posteriores.
Al principio se le da cuerda con un serretón, forrado para no dañarlo, ya que el caballo no sabe dar cuerda y con el serretón podremos controlarlo mejor 










Dicha operación no debe entrañar ninguna dificultad, (si los pasos anteriores han sido efectuados correctamente). Con la mano izquierda llevaremos la cuerda y con la derecha el látigo. Entre nuestro cuerpo y ambas manos se describirá una “v”. Trabajaremos con el potro hasta conseguir que dé vueltas al picadero sobre ambas manos con total normalidad.




Una vez conseguido, intentaremos que dichas vueltas sean efectuadas al paso, al trote y al galope. El trabajo estará finalizado cuando el potro efectúe los círculos, pudiendo hacer una progresión fluida de un aire a otro sin necesidad de ser arreado con el látigo, tan solo con la voz. Es el momento de poner el “filete”.













Una vez acostumbrado, podremos pasar a ponerle el “cinchuelo”, se irán reduciendo las posiciones de la hebilla poco a poco según se vaya acostumbrando a la presión de la cincha sobre el vientre. Una vez aceptado el “cinchuelo” se procederá a poner las riendas fijas, en un principio solo caídas, sin ninguna tensión, sólo queremos que se haga al peso de éstas sobre el “filete”.












Con el paso de los días, iremos acortándolas hasta conseguir que el potro se acostumbre a la tensión de las riendas sobre el “filete”. Existen diferentes trucos para lograrlo: alternar la tensión de las riendas según la mano a la que le estemos dando cuerda, cruzar las riendas bajo la cara,… etc. Pero todas con la misma finalidad: conseguir una colocación correcta de nuestro potro, que “mueva la boca”, y lograr la flexibilidad a ambas manos. Con la voz, marcaremos el inicio del trabajo. Con la mano derecha, abriéndola, el sentido de la marcha y con la fusta, el aire a trabajar. La fusta o látigo hacen la misma función que la pierna: dar impulso al ejercicio. Según el aire que deseemos, así será la altura de la fusta.




El potro ha aprendido la flexión lateral y el trabajo en círculo. Conseguido esto buscaremos la reunión del caballo y para ello debemos concentrarnos en el tercio posterior. Con la ayuda de la mano de dentro y sin parar de flexionar, incurvaremos al caballo lo necesario; con la ayuda de la fusta desplazaremos progresivamente la grupa hacia fuera a la vez que lo impulsamos. Cuando el trabajo esté completado, nuestro potro ejecutará la figura del ocho sin ningún problema a la hora de su justa incurvación. El trabajo con la cuerda ha terminado. Éste no solo ha permitido establecer una mayor complicidad entre jinete y caballo: el jinete conoce ahora mejor a su caballo, sus posibilidades técnicas y su carácter y esto favorecerá mucho el trabajo a desarrollar mas adelante.



LA MONTA La “puesta” de la montura no debe revestir dificultad si el trabajo anterior ha sido realizado de forma óptima. Se hará del mismo modo que con el “cinchuelo” y en pocos días el potro se habrá hecho a ella. A partir de aquí iniciaremos la monta, para lo que necesitaremos a otra persona que nos ramaleará mientras lo hacemos. Daremos varias palmadas sobre la silla cada vez con más intensidad y observaremos la reacción del caballo. 












Introduciremos el pie en el estribo izquierdo y nos subiremos en él varias veces. Echaremos el peso de nuestro cuerpo sobre la montura (nuestro vientre sobre la montura y nuestras piernas colgadas sobre el lado izquierdo). Con ayuda del ramaleador, daremos unos pasos en esta postura. Agarrando un buen mechón de crin y sin rozar la grupa con la bota nos subiremos a la silla, no cogeremos las riendas, pero sí nos pondremos los estribos con sumo cuidado. Repetiremos esta operación tantas veces como sea necesario, como las anteriores.











Si todo va bien, el ramaleador comenzará a caminar con nosotros sobre la silla en línea recta y, más adelante, desplazándose hasta describir el círculo donde habitualmente trabaja. Es ahora cuando tendremos el primer contacto con las riendas, siempre apoyándonos en el “sarretón”. Sobre el “filete” solo recaerá el peso de las riendas. Tras unos días de trabajo montando a la cuerda y habiendo aprendido a girar, podremos “soltarlo”. Le enseñaremos tanto al paso como al trote círculos, ochos y serpentinas. El caballo adquirirá así equilibrio y colocación. El trabajo no debe ser excesivo, ya que si lo es, el caballo se defenderá de él. Trabajaremos con riendas largas no exentas de contacto.





El trote ha de ser levantado, ya que la mayoría de los caballos jóvenes no tienen el dorso lo suficientemente musculado, por lo que podrían tener una lesión. Iremos enseñando las primeras figuras del picadero, que serán los cuatro círculos del mismo. Antes, le habremos enseñado a girar en el centro del picadero con la acción de la rienda interior. Haremos mas hincapié en el trote y en el galope, y no intentaremos buscar un galope reunido, sino largo. Poco a poco, pasaremos del uso de la rienda interior o de ambas al uso de la rienda de apoyo. Trabajaremos la rienda de apoyo al final de la jornada de trabajo y con total relajación y ninguna reunión del potro. Así, mientras comenzamos un giro, apoyaremos la rienda exterior en su cuello, los giros serán de un cuarto al principio y, sobre todo, permitiendo una salida en línea recta. Al final podremos girar al caballo con una sola mano. Antes de pasar al trabajo en dos pistas deberá andar, trotar y galopar perfectamente. 

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